Nuestra independencia es algo curiosa, pues tuvimos una fecha anterior a mediados de 1815 en el llamado Congreso de Oriente, convocado por el general Artigas. Las actas de este congreso se perdieron y las de la independencia de 1816 se perdieron en 1927.
Por lo tanto no hay constancia de muchas cosas, si se discutió que territorio concreto se independizaba y cual se pretendía a futuro, cuál iba a ser la religión y la lengua oficial, que sistema de gobierno iba a regir al nuevo país, si se iban a mantener las Leyes de Indias o cambiar por un modelo judicial de otro tipo, cuáles serían sus objetivos geopolíticos respecto al resto de América hispánica, de España misma y del resto de Europa y de la América anglosajona, que moneda iba a circular y con qué paridad y sustento o si se buscaría mantener junto al resto del continente al Real de a Ocho que era una moneda global más fuerte que la libra, cuál iba a ser el modelo educativo y el proyecto económico, de qué manera iba a seguir el proceso de integración de los pueblos aborígenes, si se les iba a respetar a estos, las tierras que la corona les reconocía con su sistema autónomo de repúblicas de indios, más todos los acuerdos entre la corona y las distintas poblaciones aborígenes, si se iba a mantener la integridad del virreinato y por ende, si se iba a invitar a los pueblos de Guinea Ecuatorial que pertenecían al Virreinato del Río de la Plata, etc.
Otro tema que, por el contrario queda muy claro, es la falta de federalismo, manifestado en una odiosa enemistad hacia Artigas, que ya había declarado la independencia en 1815 en Arroyo de la China. Incluso, nuestros próceres de la independencia, pocos meses después de declararse independientes de España, el 9 de julio de 1816, se manifestaron dispuestos a pasar a depender del gobierno del Brasil, ya que este estaba por invadir la Banda Oriental (Uruguay) y amenazaba a las Provincias Unidas del Plata. Las cartas y los comisionados no llegaron a Río de Janeiro. Es que Pueyrredón (de origen gascón), no creía necesario entregar el país al Brasil para salvarlo del artiguismo. Prefería entregárselo a Francia, tierra de sus ancestros, antes de mantener la unidad continental heredada de España.
Vemos que nuestros próceres eran muy regaladores con lo que no era suyo. Ninguno propuso reunificarnos con el virreinato del Perú, que nos hubiese asegurado nuestra condición de potencia bioceánica, condición que EEUU, recién consiguió en la segunda mitad del siglo XIX y a través de guerras contra Méjico.
Nosotros lo teníamos de forma y derecho natural por estar unidos al Alto Perú y lo perdimos.
Otro aspecto del entreguismo iniciado en esos años, lo representa Carlos María de Alvear. Llegó a ofrecer las Provincias Unidas al embajador británico en el Brasil como sumisas colonias de Su Majestad. “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Eso y más le escribió Alvear al ministro Castlereagh, por suerte la carta que iba dirigida a este funcionario inglés es interceptada por Belgrano y Rivadavia que se encontraban en Río de Janeiro en misión oficial. El encargado de llevar las cartas al embajador Strangford fue Manuel García, uno de los personajes más nefastos de la historia argentina, que años posteriores gestionará el famoso empréstito de un millón de libras esterlinas con la banca Baring Brothers (primer gran negociado argentino); y luego en 1827 tras la victoria argentina de Ituzaingó, firmará el acuerdo de paz con el derrotado emperador del Brasil, por el cual Uruguay pasa a ser un país autónomo e independiente.
Lo concreto es que perdimos Guinea, el Alto Perú, la Banda Oriental y con ellas, la salida al Pacífico y el control del Río de la Plata y una base política, militar y comercial en África. También nos desentendimos de buscar un acuerdo con el Paraguay y Chile y la Patagonia y el sur de Chile, quedaron en un limbo. Y esas partes de la patria nos perdieron a nosotros. Solo con Roca, décadas después se aseguró la Patagonia argentina.
Con esas pérdidas de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, se perdió el comercio con Asia y el predominio de nuestra poderosa moneda de dominio global, el real de a ocho. Se impidió que asumiera José Moldes, general salteño, como presidente del nuevo gobierno, que pretendía evitar el centralismo de Buenos Aires, incluso se lo secuestró y Belgrano lo envió preso a Chile, donde detenido por San Martín, muere en extrañas circunstancias.
En paralelo al congreso, en Buenos Aires, los comerciantes ingleses ya pensaban en su dominio y en un futuro tratado de comercio y navegación con nosotros, lo que consiguen en 1825, cuando Las Heras, ex jefe de Estado Mayor de San Martín, firma el Tratado de comercio y navegación entre Inglaterra y nosotros, que significó la sujeción de nuestra patria desde entonces y hasta ahora.
Se terminaron centralizando los intereses comerciales del puerto de Buenos Aires en desmedro del interior y avasallando los derechos de los pueblos indígenas a los que se les robaron sus tierras y se los masacró en la Banda Oriental allá por 1830. Por eso, la mayoría de ellos, que veían el espíritu materialista de la revolución, se mantuvieron realistas más allá de la batalla de Ayacucho de 1824, mostrando más dignidad y fidelidad a la fe, que muchos oficiales españoles que traicionaron en esa última batalla.
Dejamos de ser una gran potencia junto a las naciones hermanas de América y España, que fuimos paridas juntas en 1492, para ser más de veinte estados, algunos de tamaño de una municipalidad y otro absolutamente mediterráneo, con escasas posibilidades de escapar del dominio inglés.
EN DEFINITIVA, GRACIAS A NUESTROS PRÓCERES, SE IMPUSIERON LOS OBJETIVOS COMERCIALES Y POLÍTICOS DE GRAN BRETAÑA.