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La polarización entre el macrismo, por un lado, y el kirchnerismo, por el otro,es un hecho consumado. Todo parece indicar que, en el curso de los próximos meses, esa tendencia no hará mas que profundizarse a medida que se substancien los tres distintos comicios del calendario electoral, fijados para agosto, octubre y —si hubiese ballotage— noviembre. De momento, los intentos de la Alternativa Federal y de Consenso 19, nacidos con el propósito de romper la grieta, languidecen. Las idas y venidas de Sergio Massa y el vedetismo de Roberto Lavagna conspiraron de manera decisiva contra cualquier intento de generar un espacio capaz de meterse en la pelea de fondo por la presidencia. La fuga del ex–intendente de Tigre hacia los cuarteles de campaña del frente Unidad Ciudadana y la negativa absoluta del ex–titular de Economía de competir en una interna han dejado con las manos vacías a quienes pensaban, hasta poco tiempo atrás, que era posible forjar una tercera opción competitiva.

Mauricio Macri y los Fernández, pues, han tomado conciencia que, en la disputa por retener aquél su lugar en la Casa Rosada y por desplazarlo éstos de ese sitial, los terceros estarán excluidos. Lo expresado no significa que Juan Manuel Urtubey, Roberto Lavagna,José Luis Espert, Juan José Gómez Centurión y Nicolás del Caño resulten irrelevantes, o poco menos. Supone sí que no terciarán de manera directa en la disputa. Su incidencia, en todo caso, estará dada por los votos —pocos o muchos, está por verse— que puedan restarle a los dos competidores mayores en las PASO y en los comicios del 27 de octubre.

La mencionada deriva —que hace pensar a algunos en una definición en la primera vuelta— ha traído aparejado otro fenómeno de enorme trascendencia: la virtual unión del peronismo. Es cierto que, estrictamente hablando, en la medida que Alternativa Federal —aunque desflecada y reducida a su mínima expresión— siga ofreciendo pelea, el justicialismo jurará obediencia a más de un jefe y, en consecuencia, su unidad no será completa.

La cuestión de las listas a la que venimos haciendo referencia se relaciona también con la obligación del kirchnerismo de presentarse ante los indecisos de manera distinta a como fue su costumbre en los doce años en los cuales gobernó el país. La sola tentación de repetir el “Vamos por todo” sería lo mismo —en distinto escenario— que la quema del cajón por parte de Herminio Iglesias en 1983. Frente a quienes todavía no están seguros respecto del candidato a apoyar, cualquier muestra de intolerancia o de prepotencia desenvuelta por los Fernández resultaría suicida.

Si se acepta la figura, el kirchnerismo semeja un borracho consuetudinario que proclama, a voz en cuello, que ha dejado para siempre el alcohol y trata ser confiable. Para lograrlo se le hace menester exagerar las muestras de su curación. En una palabra, debe sobreactuar y rechazar hasta un bombón de licor. El lugar que le dejó ocupar en la fórmula presidencial a Alberto Fernández pareció demostrar un atemperamiento en la soberbia que siempre caracterizó a Cristina Fernández. Inversamente, el úcase con el que catapultó a Axel Kicillof, sin consultar a nadie en el ámbito bonaerense, puso en evidencia lo contrario.

El desafío de Cambiemos es de distinta índole. A estar a las encuestas que se conocen, le será difícil superar al kirchnerismo en las PASO y también en la primera vuelta. Lo cual bien puede comprometer las chances de María Eugenia Vidal de ser reelecta e inclusive las de Macri de ganar en la segunda vuelta de noviembre. Más allá de la importancia que tendrá la marcha de la economía sobre el ánimo de los votantes, al oficialismo nacional le quedaba una carta por jugar. El gurú ecuatoriano de Macri, ,Jaime Durán Barba, y su jefe de gabinete, Marcos Peña, han hecho de la necesidad virtud y ahora acceden a cuanto se negaron siquiera a considerar como alternativa en los últimos dos años: pactar con el peronismo federal. Descartada la alianza en la provincia de Buenos Aires con Sergio Massa, quedaba en pie la posibilidad de disolver a la Alternativa Federal a través de un acuerdo que implicase sumar en un futuro gobierno a sus principales espadas. Miguel Ángel Pichetto, al aceptar el ofrecimiento, le dará a la coalición gobernante una coloratura que no posee. Pero a los efectos de tener un efecto real sobre los comicios que con razón preocupan a la Casa Rosada —las PASO y la primera vuelta— no basta con el senador rionegrino posicionado en la fórmula presidencial. Urtubey tendría que dar un paso al costado y la Alternativa Federal desaparecer.

 

 
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